dimecres, 1 de setembre del 2010

4. Hipnotismo.

4. Hipnotismo

Yo soy comoquiera que se llame el que se dedica a hipnotizar a la gente. ¿Hiptotizador? Bien, pues empezando desde cero, yo soy un hipnotizador.

Claro que no soy un profesional. De hecho, todavía estoy en plena fase de aprendizaje, bajo la tutela de ese enigmático capullo que me manda sobres de vez en cuando con información y sitios de interés. No siempre relacionados con el oficio, tengo que reconocer; la última vez que seguí sus indicaciones había terminado en una ciénaga con la misión de encontrar una especie de serpiente que sólo se hallaba en aquél sitio.

Pero dirijámonos al principio, que ahora todos los que se dedican al arte de la pluma y el papel empiezan por la mitad de la historia, hecho que le resta toda diversión y misterio.

Se me conoce como Poeta, nombre que me impuse a mí mismo cuando aprendí a leer bajo las vigas gastadas del sótano a la luz de una vela deshecha. Nunca he tenido otro, nadie se molestó en bautizarme con los típicos nombres evangelistas de hospicio. No, toda mi vida he sido Poeta, y ni siquiera he escrito dos versos seguidos.

Mi historia comienza el día que me encontraron bajo las escaleras de madera del Orfanato, en mayúsculas porque era el único del pueblo, envuelto en un mantel celeste con soles y lunas. Llovía, pero no era una de esas impresionantes tormentas que auguran grandes hazañas, si no una llovizna patética, cuatro gotitas pintadas bajo un cielo trémulo. Una mierda de día, como muy bien describió mi gran colega Lev, una alma rocanrolera perdida en el siglo veintiuno.

Cabe decir que los años que pasé recluido ahí dentro los describo como la pausa entre nacer y volverse uno mismo. No me gustaban los muros llenos de musgo, los cristos redentores que inspiraban mis pesadillas, y odiaba a esas hermanas que a su turno me odiaban a mí. No sé cuántos años tenía cuando me largué; para ser sincero, ni siquiera sé los que tengo ahora, pero no debía de ser muy mayor, ya que vi a niños de más o menos mi edad entrar todavía a la escuela primaria.

Pero eso me daba igual; tenía un alma demasiado grande aplastada dentro un cuerpo de infante. Anhelaba ver mundo, así que nunca lamenté mi deserción en el camino de la humanidad. Nadie me buscó, tampoco.

Empecé a llevar a cabo pequeños trabajos, tonterías. Un matrimonio irlandés regentaba una pequeña posada justo a la entrada del bosque, y a cambio de ir a servir mesas y ayudar un poco en la cocina durante las temporadas de caza, cuando el antro realmente se llenaba, tenía asegurada una cama dónde dormir y alimento necesario para subsistir, cosa que en el duro invierno se agradecía. A la llegada de la primavera, pero, me despedía con la promesa de volver el próximo otoño y me embarcaba en estrechos caminitos que me llevaban a conocer ese enorme mundo que quería comerme.

Repartiendo pizzas, paseando perros de señoras ricas, arreglando calles y desagües, promocionando ofertas, ordenando libros en bibliotecas recónditas… incluso llegué a trabajar como portero de un distinguido club de streaptease. Ahí tuve mi primer contacto con el bello sexo, generando un pequeño caminito en mi vida que terminó con Chat entre sábanas de satín negro mientras yo le leía sonetos a la luz de la luna.

O quizás esta escena idílica sólo la he soñado; no estoy seguro.

Aunque mi trabajo predilecto siempre fue ocuparme de la tienda del viejo Charles, un abuelo más antiguo que el mismo tiempo, que poseía una de esas chabolas donde la gente se para a mirar con curiosidad pero nunca entra. “La Carabela”, se llamaba, y todavía hoy no me he explico el porqué: lo único que tenía de marino eran las paredes revestidas de madera, al igual que el camarote de un barco. La mercancía abarcaba una extensa gama; desde lámparas turcas a té chino, pasando por libros del siglo doce, joyas barrocas e incluso un par de juegos de vudú: el típico lugar dónde uno va a encontrarse con lo último que buscaba.

Ahí conocí también el que sería mi mejor amigo, Iguana. Lo trajeron un día, atado a una cuerda, arrastrándolo por la calle como si fuera un delincuente, y prácticamente me lo echaron encima la mesa. “Aquí os quedáis de todo, ¿no?”, preguntó el hombretón que lo llevaba, y se fue sin esperar respuesta. Nunca me quedó claro porque el sujeto quería deshacerse de semejante réptil (porqué Iguana era una iguana), pero el señor Charles no quería ni oír a hablar de tener animales dentro de la tienda, a menos de que estuvieran disecados.

O sea que ese día gané mi primera recompensa verdadera; un compañero de viaje.

A veces, en el hostal de los O’Brien, se me acercaba algún que otro borracho, y con el aliento entrecortado, me pedía que le contara una canción, o le cantara una historia a cambio de una propina. Y yo, que no sabía más que lo que me habían enseñado los libros de la biblioteca, les hablaba de sirenas asesinadas por Romeos hindues, de princesas que convivían con tres osos enanos, de golondrinas soldado que mataban por amor a su familia y morían por amor a la patria. Y a ellos se les empeñaban los ojos de lágrimas y lloraban por toda esa gente a la que ni siquiera conocían, e Iguana se les unía en acto de solidaridad, roncando a su lado con todo monocorde.

Miss Lucy, la mujer, a menudo solía decirme que yo parecía tener un don para hablar a la gente, para hacerles creer historias. Para manipularlas.

Y aquí fue dónde empecé mi carrera como hipnotizador. O hipnotista, me gustan las dos.

Lo escribí en mi currículum, hecho con la máquina de escribir del viejo Charles cuando él no miraba, luego de la larga retahíla de oficios poco apreciados que había llevado a cabo en mi corta vida. “Poeta, hipnotizador amateur”; bonito título de presentación. Siempre había alguien que me pedía que escribiera una tarantela, pero la mayoría se quedaban a cuadros, contemplando admirados desde la distancia, medio incrédulos ante mis artes, pero nunca se atrevían a pedir una demostración.

Y entonces empezaron a llegar las cartas.

La primera la encontró Miss Lucy, quién me la dejó sobre la cama sin decir nada pensando que sería de alguna chica enamorada. No había tal chica. Pero en el papel había algo más interesante todavía que una carta de amor.

“¿Qué has soñado hoy?”


Descubrí que no tenía ni idea.

Ahí empecé formarme como un hipnotizador de verdad.

1 comentari:

  1. WTF s'acaba de cop! T_T
    a part d'això, ja saps què et diré xD, però és que sempre és veritat: m'encanta, m'encanta i m'encanta, és senzillament genial.
    és sobretot aquest aire d'abandó del noi, aquesta solitud i l'aire desmenjadament divertit amb què ho narra tot, com si no tingués massa importància res de tot això, el què ho fa boníssim.
    dicho esto, reitero que sóc la teva fan núm. 1
    i els altres seguidors que no protestin jijiji. ^^

    petoons nina!! que t'ho passis bé a les festes:)

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